En una escena de Amor y letras (otra maravilla de “traducción” inspirada donde las haya), el personaje de Elizabeth Olsen le graba un CD de música clásica a Josh Radnor para que este amplíe sus gustos musicales más allá de “los grupos indies raros” que suele escuchar. Él, maravillado ante su belleza, reacciona (o despierta) con insights sobre la poesía de la belleza urbana al más puro estilo American Beauty.  ¡Qué bonito!
Hace unos 15 años, cayó en mis manos un CD doble titulado “La mejor música de relajación del  mundo” que contiene, aproximadamente, el 80% de los temas clásicos que se incluyen en esta película.  ¿Cuál es la diferencia entre estas dos situaciones tan aparentemente poco relacionadas? Pues que mi CD no intentaba engañar al consumidor, venía a ser lo que a la música pop son los grandes éxitos de The Beatles, mientras que en la película de Radnor, nos quieren vender esta selección de temas, no sólo como una muestra representativa de los fab four, sino de la música pop nivel principiante. Pues bien, esta metáfora musical puede aplicarse al resto de la película.
 
 
 
 
 
Casi todo en este film es pura pose hipster o gafapastil, perfectamente diseñada para parecer ingeniosa, fresca y trascendente, cuando en realidad, no lo es. Josh Radnor (que escribe y dirige, como ya hizo con su primer trabajo Happythankyoumoreplease) pretende hablarnos de las crisis vitales (la de los veinte, la de los pre-cuarenta y la de la post-jubilación) y sus aparentes coincidencias, de lo que implica aparcar los peterpanismos, abrazar la madurez con responsabilidad y aprender a estar más presente en el mundo real que en el acogedor mundo interno (ese que es alimentado por los libros que el personaje de Radnor parece devorar), entre otras muchas cosas. El problema, es que no profundiza ni desarrolla ninguno de estos temas. Se limita a rascar un poquito en su superficie, a soltar unas cuentas frases supuestamente profundas y lúcidas en algún dialogo resultón y a mostrarnos un catálogo de inadaptados encantadores (muy desaprovechados, casi todos ellos, sobre todo ese actorazo que es Richard Jenkins). Todo sin hacer demasiada pupita ni hacer meditar al espectador. Muy cool, muy bittersweet, muy “indie”, pero no cuela.
 
 
 
 
 
Por ejemplo, no nos creemos a Josh Radnor como ese lector inteligente y compulsivo. Salvo alguna escena en la que le vemos leyendo o soltando algún comentario prestado, lo único que nos lo confirma (además de oírle repetir “me encantan los libros” una y otra vez), es un ataque a la yugular de la saga Crepúsculo,que vendría a ser tan obvio y facilón como un grupo de leonas persiguiendo a una gacela “jubilada” en pleno Serengueti. Lo que realmente habría sido un síntoma de ingenio e inteligencia, habría sido meterse con alguna otra obra literaria mejor valorada por la crítica y más querida por el público en general, pero como casi todos sentimos tirria (o placer culpable) por la saga vampírica, nos reímos maliciosamente, felicitándonos por nuestros buen criterio y tan contentos.
 
 
 
 
En resumen, si lo que quieres es ver una película amable, agridulce, algo cursi, políticamente correcta, con algún actor carismático (atención a Elizabeth Olsen, lo mejor de la película con diferencia), perfectamente olvidable, aunque un poco más digna que la media de comedias de este tipo, puede que salgas del cine con una sonrisa. Si, por el contrario, exiges un film a la altura de la propuesta que inicialmente presenta al espectador (un film sencillo, fresco, nada pedante o pretencioso, con ingenio, inteligencia y cierta profundidad y originalidad), sentirás que la última hora y media de tu vida  es una vergonzosa tomadura de pelo… hipster.
 
 


P.S. Tiene guasa, I’ll give him that, que Radnor se meta con la saga Crepúsculo cuando una de las actrices de la adaptación cinematográfica sale en esta misma película, y él mismo tiene como novia a otra de sus vampiras.
 
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